El 10 de octubre se celebra el Día Mundial de la Salud Mental. Cada día se habla más de la Salud Mental como una realidad de gran impacto social, pero ¿sabemos a qué nos referimos cuando empleamos ese término y qué consecuencias tiene cuándo no lo utilizamos de la manera correcta?
Aprovechando este día conmemorativo, hablamos con Eugenia Cornide, Virginia Galilea y Paloma Carreras, profesionales del Centro de Rehabilitación Laboral Nueva Vida, perteneciente a la Red de Atención Social a personas con enfermedad mental grave y duradera, de la Comunidad de Madrid. Conversamos sobre sobre Salud Mental y cultura.
– Cada vez escuchamos más el concepto “salud mental” en los medios de comunicación. Incluso ha ocupado debates en el Congreso de los Diputados. ¿Esto ha ayudado a visibilizar y normalizar los problemas de salud mental y a concienciar sobre la importancia de destinar recursos, o se ha conseguido el efecto contrario?
Los cambios sociales derivados de políticas y valores neoliberales, como la productividad o la competencia, han puesto en relieve la importancia de la salud mental, posicionándola en un lugar prominente dentro del debate social y político. Sin embargo, es importante disponer de información real y valiosa para evitar la desinformación y aprender a diferenciar aquellas experiencias, emociones y reacciones normales ante situaciones cotidianas de la vida (como el duelo, la tristeza o el nerviosismo), de los trastornos mentales graves.
El colectivo de personas afectadas por trastornos mentales ha sido históricamente desconocido y estigmatizado. Aún hoy, estas personas se encuentran, en numerosas ocasiones, ante situaciones de alta vulnerabilidad, inactividad o exclusión. Esto es debido, entre otras causas, a la falta de recursos o de acceso a los mismos, bien por desconocimiento o bien por la incorporación de estereotipos de aislamiento e inutilidad, el autoestigma.
La difusión mediática ha favorecido que muchas personas reconozcan sus síntomas con mayor rapidez, que busquen ayuda profesional antes de que el deterioro sea mayor y que el sufrimiento psicológico se entienda como un problema de salud y no como una debilidad personal. Este cambio cultural tiene un impacto positivo en el ámbito laboral, ya que reduce las barreras de acceso al empleo, fomenta la comprensión en los entornos de trabajo y facilita la puesta en marcha de medidas de apoyo y ajustes razonables que favorezcan la inclusión y la permanencia en el mercado laboral de personas con trastornos mentales. Sin embargo, esta creciente presencia del término salud mental también conlleva ciertos riesgos. La exposición mediática, cuando es superficial o simplificada, puede derivar en la banalización del sufrimiento, equiparando problemas cotidianos con trastornos graves y complejos que requieren un abordaje clínico y psicosocial especializado. Además, existe el peligro de que el aumento del discurso público genere una falsa sensación de progreso si no se acompaña de recursos suficientes, políticas estructuradas y programas eficaces. En el ámbito laboral, esta banalización puede traducirse en intervenciones superficiales centradas en el bienestar emocional, sin abordar la necesidad real de itinerarios personalizados de inserción, acompañamiento continuado y coordinación entre los sistemas sanitario, social y laboral. En definitiva, la mayor visibilidad de la salud mental es un paso adelante imprescindible, pero no suficiente. La transformación real exige pasar del discurso a la acción: invertir en recursos técnicos y humanos especializados, diseñar programas integrales que combinen lo clínico, lo social y lo laboral, y promover una cultura empresarial que entienda la salud mental no como un gesto puntual de responsabilidad social, sino como un elemento estratégico para la inclusión y la sostenibilidad del empleo. Solo de esta manera la visibilización actual podrá traducirse en oportunidades reales de recuperación, participación activa e integración laboral para las personas con trastornos mentales.
Sensibilizar e informar son las herramientas de las que disponemos para combatir el estigma y favorecer que las personas afectadas y la sociedad civil y política adquieran el convencimiento de que la condición de persona en el mundo está por encima de un diagnóstico de salud mental.
– Enfermedad mental, trastornos de salud mental, trastornos mentales, problemas de salud mental, discapacidad psicosocial. ¿Cuál es el término que deberíamos utilizar para referirnos de manera respetuosa a las personas que conviven con esta realidad? ¿Por qué no está normalizado el uso del término discapacidad psicosocial?
El término «discapacidad psicosocial» se incorpora en España en 2011 con la adaptación de la legislación española a la normativa a la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Esta ley introdujo un enfoque social y biopsicosocial, que considera la discapacidad como un concepto que evoluciona y resulta de la interacción entre las condiciones de salud, los factores personales y el entorno.
Este cambio de paradigma ha modificado la forma en que nos referimos a los problemas de salud mental, trasladando aquellos términos derivados de modelos más antiguos que ponían el foco en la enfermedad, hacia otros más actuales, que consideran a la persona por encima del diagnóstico y pone el acento en sus derechos, capacidades y participación social.
– ¿Cómo crees que ha cambiado la percepción de la sociedad sobre la salud mental en los últimos años? ¿Hay mayor preocupación y sensibilización hacia las personas que tienen un problema de salud mental?
En los últimos años, la percepción social sobre la salud mental ha experimentado una transformación profunda, impulsada por cambios culturales, avances en investigación y una mayor conciencia sobre la vulnerabilidad psicológica como componente esencial de la salud integral. Actualmente existe una mayor sensibilización y apertura hacia estos temas, aunque todavía persisten importantes desafíos estructurales y sociales.
La pandemia de COVID-19 marcó un punto de inflexión en la conversación pública sobre el bienestar psicológico. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2023), la ansiedad y la depresión crecieron más de un 25 % a nivel mundial, visibilizando la necesidad de atención psicológica. En España, el Barómetro de la Salud Mental (Fundación AXA, 2024) revela que casi la mitad de la población ha experimentado síntomas de malestar mental en el último año, y uno de cada cuatro jóvenes ha recibido atención psicológica o psiquiátrica. El informe “#Rayadas. La salud mental de la población joven en España», elaborado en 2023 por Fundación Manantial, señala la salud mental como una de las principales preocupaciones de los/as jóvenes entre 16 y 24 años. Estos datos reflejan no solo un aumento en la incidencia, sino también un mayor reconocimiento y disposición a buscar ayuda, especialmente para las nuevas generaciones, que se muestran más abiertas a expresar sus dificultades, emociones y necesidades de apoyo que otros grupos de edad y que en épocas anteriores.
En el plano cultural y mediático se habla más abiertamente de depresión, ansiedad, trastornos de la conducta alimentaria o burnout, y figuras públicas contribuyen a normalizar el discurso. A nivel institucional, se observa un progreso en la incorporación de programas de salud mental en centros educativos y espacios laborales, así como un esfuerzo por mejorar la atención primaria en salud mental dentro de los sistemas sanitarios. Sin embargo, la inversión sigue siendo insuficiente: en España, el gasto en salud mental representa menos del 5% del presupuesto sanitario, muy por debajo del promedio europeo, que ronda el 7-8%.
Más allá de los números, este cambio de percepción implica también repensar el lugar que la sociedad concede a las personas con trastornos mentales. Como señala José Colis (2019) en La vida de todos, la verdadera inclusión no debe ser “condicional” ni limitada a un ideal futuro, sino que debe garantizar la participación plena y el ejercicio de derechos desde el presente. La salud mental no puede reducirse a un proceso clínico, sino que implica reconocer a cada persona como sujeto activo, con capacidad de decisión, esperanza y proyecto vital. Esto exige superar la mirada asistencialista y promover espacios donde el vínculo, el compromiso social y la pertenencia a la comunidad sean parte del proceso de recuperación.
Vivimos un momento de transición en el que la salud mental ha ganado centralidad en el debate social y político. La sociedad es hoy más consciente, empática y receptiva, pero el reto ahora es transformar esa sensibilidad en acciones sostenibles: mejorar el acceso a la atención, garantizar recursos suficientes, combatir el estigma y promover políticas inclusivas que acompañen a las personas en la construcción de sus proyectos de vida con dignidad, autonomía y esperanza.
– ¿Cuáles consideras que son los principales desafíos en materia de salud mental en la actualidad?
Los principales desafíos actuales en materia de salud mental son complejos y abarcan tanto aspectos estructurales como humanos. Por un lado, persisten obstáculos como la falta de enfoque con perspectiva de género, el acceso desigual a los servicios, el estigma y autoestigma, la brecha digital y las dificultades en la inserción sociolaboral, especialmente en mujeres que han sufrido violencia de género. A esto se suma la necesidad de combatir el individualismo, la soledad no deseada y la precariedad emocional que caracterizan a la sociedad actual.
Por otro lado, existen desafíos más profundos: la importancia de promover una inclusión real donde la persona sea reconocida como sujeto activo con capacidad de decisión; impulsar el empoderamiento, la autonomía y la esperanza como motores de recuperación; y entender la rehabilitación no como un medio para producir “agentes laborales”, sino como un proceso comunitario que acompaña proyectos vitales significativos. La relación con los otros, el compromiso social y el fortalecimiento de vínculos comunitarios se convierten en elementos centrales del proceso terapéutico y de integración. Además, se hace necesario que los profesionales informen, acompañen y crean en las capacidades de las personas, combatiendo la ignorancia y el escepticismo que aún existen.
Solo desde este enfoque integral es posible avanzar hacia una sociedad verdaderamente inclusiva, justa y saludable.
– Sabemos que desde el CRL trabajáis con personas con contextos y necesidades muy distintas, ¿pero hay alguna variable que sea bastante común y relevante a las personas usuarias de vuestro centro?
A pesar de la diversidad de perfiles, diagnósticos y trayectorias vitales de las personas con las que trabajamos, tanto la literatura científica más reciente como nuestra experiencia profesional cotidiana señalan la existencia de una variable común especialmente significativa: el deseo y la necesidad de construir un proyecto personal significativo en el que el empleo actúe como herramienta de recuperación, empoderamiento e inclusión plena en la comunidad.
Más allá de la obtención de ingresos, el empleo representa para la mayoría de las personas usuarias una vía de inclusión, de participación social y de reconstrucción de su identidad. Tras un proceso de sufrimiento, de experiencias inusuales o de enfermedad, es frecuente que el individuo vea afectadas dimensiones fundamentales de su vida: la autoestima, el sentimiento de pertenencia, la percepción de utilidad o la posibilidad de planificar un futuro. En ese contexto, el trabajo se convierte en un eje vertebrador que favorece la recuperación psicosocial.
Desde el enfoque de la rehabilitación psicosocial, el empleo no solo es un resultado del proceso de recuperación, sino también un determinante activo del mismo, ya que facilita el desarrollo de competencias, promueve la autonomía y contribuye a la mejora del pronóstico clínico. Independientemente de las diferencias individuales, casi todas las personas usuarias comparten la necesidad de sentirse parte de algo más grande, de tener un rol socialmente valorado y de proyectar un futuro que dé sentido a sus vidas.
– Cuéntanos qué trabajo realizáis desde el CRL Nueva Vida con las personas usuarias.
En el CRL, en palabras de José Colis, “iniciamos todos la tarea de aprender, construir, innovar y trabajar en busca de un solo objetivo: proporcionar a las personas con problemas graves de salud mental un espacio normalizador y rehabilitador que les permitiera vivir mejor. Fuera de la discusión propiamente técnica, pensamos que ese y no otro es el objetivo de la rehabilitación laboral”.
A lo largo de los 34 años de vida del CRL, siempre se ha apostado por la creación de proyectos que tienen que ver con la incorporación laboral en diversas áreas laborales y con la sensibilización social hacia el colectivo.
Entendemos que el trabajo es un instrumento esencial de inclusión social relacionado con la autonomía económica, el bienestar y la autoestima, pero también con la saludable sensación de participación, de involucración, de pertenencia al grupo social. Nuestra labor pretende apoyar ese deseo de recuperación e integración de las personas para que construyan sus propios proyectos y favorecer su integración en la comunidad. Y todo ello a través del trabajo, ya sea en el mercado laboral ordinario o en las distintas fórmulas de empleo protegido.
– A pesar de todo siguen existiendo muchos prejuicios hacia las personas con discapacidad psicosocial. ¿Qué están suponiendo esta estigmatización para que estas personas disfruten de una vida plena, digna y autónoma? ¿Hay diferencias en cuanto a género?
La estigmatización hacia las personas con problemas de salud mental continúa siendo uno de los principales obstáculos para que puedan disfrutar de una vida plena, digna y autónoma. Desde la rehabilitación laboral, sabemos que el estigma afecta de manera integral a la persona, influyendo en su identidad, en sus decisiones y en sus oportunidades reales de participación en la sociedad.
Los prejuicios, estereotipos y conductas discriminatorias dificultan seriamente el acceso a la formación y al empleo, dos elementos fundamentales para el proceso de recuperación y para la construcción de un proyecto vital. El estigma genera barreras externas —como el rechazo social o la exclusión laboral—, pero también barreras internas, como el autoestigma, que puede llevar a la persona a renunciar a oportunidades porque las percibe como inalcanzables. Este sesgo limita la toma de decisiones y refuerza la idea de que su diagnóstico determina su destino, lo que obstaculiza la autonomía y el desarrollo personal.
Como afirma Begoña Román, “la esquizofrenia es una condición humana, pero no es un destino”. El estigma social tiende a asociar el diagnóstico con la incapacidad reduciendo las potencialidades de las personas a una única identidad: la de “paciente”. Sin embargo, este reduccionismo contradice la evidencia clínica, que muestra que con tratamientos integrales —biopsicosociales— y apoyos adecuados, cada vez más personas desean y pueden acceder a formación y empleo.
El estigma también afecta el futuro: priva al individuo de esperanza y lo ancla a un rol pasivo. En palabras de José Colis, el diagnóstico a menudo lleva implícito un “abandonad toda esperanza”, privando a la persona del impulso necesario para construir un proyecto. Por eso, la rehabilitación laboral es clave: devuelve al individuo la posibilidad de participar activamente en la sociedad, proyectarse hacia el futuro y ejercer su ciudadanía. Una persona en formación o empleo rompe estereotipos, muestra identidades diversas (trabajador, compañero, padre, madre) y se convierte en un referente positivo, tanto para la sociedad como para otros usuarios.
En cuanto al género, las diferencias son notables. Las mujeres con discapacidad psicosocial sufren una doble discriminación: por su condición de afectadas por problemas de salud mental y por su género. Este doble estigma las expone a mayores niveles de exclusión social y laboral, a la violencia estructural y a una menor visibilidad de sus capacidades. Por ello, en rehabilitación laboral resulta imprescindible incorporar una perspectiva de género que atienda sus necesidades específicas, refuerce su empoderamiento y facilite su acceso a oportunidades reales.
– ¿Qué papel juegan la comunidad y el entorno social en la protección y el cuidado de la salud mental? ¿Y la cultura?
Desde una perspectiva clínica y psicosocial, el papel de la comunidad, el entorno social y la cultura en la protección y el cuidado de la salud mental es absolutamente fundamental. Ningún proceso de recuperación ocurre en el vacío: el bienestar psicológico está profundamente determinado por el contexto en el que una persona vive, se relaciona y desarrolla su proyecto vital.
La comunidad y el entorno social actúan como factores protectores clave frente al desarrollo o la cronificación de los trastornos mentales. El apoyo social —entendido como la red de relaciones significativas que ofrecen comprensión, acompañamiento y soporte emocional— tiene un efecto demostrado en la reducción del estrés, en la mejora de la autoestima y en la adherencia a los tratamientos. La presencia de vínculos sólidos favorece la resiliencia y puede disminuir el riesgo de recaídas, ya que proporciona a la persona un sentido de pertenencia y propósito esenciales en la recuperación psicosocial.
En el ámbito de la rehabilitación laboral, el rol de la comunidad cobra aún más relevancia. Tal como subraya José Colis, la inclusión real implica que la persona con un trastorno mental no sea tratada como un sujeto pasivo, sino como un miembro activo de la sociedad que participa, aporta y se vincula con los demás. Espacios comunitarios inclusivos -como asociaciones, centros culturales, redes vecinales o iniciativas de voluntariado- favorecen el desarrollo de habilidades sociales, aumentan la autonomía y refuerzan la identidad personal y social.
Por otro lado, la cultura también desempeña un papel determinante en la salud mental puesto que creencias, valores, narrativas colectivas y normas sociales, moldean la forma en que interpretamos el trastorno mental y el sufrimiento, cómo nos relacionamos con ellos como sociedad. En culturas más individualistas, es más probable que las personas con problemas de salud mental experimenten aislamiento, discriminación y autoestigma. En cambio, aquellas que promueven la empatía, la solidaridad y la diversidad, construyen entornos más favorables para la recuperación y la inclusión.
– Sois una de las primeras entidades que os unisteis a Acerca Cultura Madrid, y sois una de las entidades que más reservas hacéis para que vuestras usuarias acudan a actividades culturales. ¿Habéis medido el impacto, o tenéis indicios, de que supone la participación para vuestras usuarias en actividades culturales?
El CRL participa en el proyecto Acerca Cultura desde septiembre de 2022. Según nuestros datos, en ese año, 38 personas disfrutaron de 6 eventos culturales. En 2024, 40 personas atendidas en el CRL Nueva Vida han disfrutado de 30 actividades culturales ofrecidas por el proyecto, entre las que se priorizan las actividades culturales teatrales, exposiciones y conciertos de música clásica en horario de fin de semana.
Aspectos como la inclusión social, la participación ciudadana, el empleo digno y de calidad y el acceso a un ocio normalizado, asequible y accesible como el que ofrece Acerca cultura posibilitan el acceso y disfrute de los derechos de ciudadanía a través del desempeño de roles valiosos para los ciudadanos y ciudadanas y para la propia comunidad.
Poner en primera línea la diversidad y la cultura nos enriquece a todos como sociedad y contribuye a los procesos de recuperación y a los proyectos de vida de las personas afectadas por un trastorno mental, fomentando su participación, su enriquecimiento cultural y el desarrollo de relaciones personales positivas y valiosas.
– ¿Qué recomendaciones nos darías para cuidar nuestra salud mental y cuidar la de las personas que nos rodean?
Cuidar de la salud mental es un compromiso colectivo y no únicamente una responsabilidad individual. La primera recomendación es normalizar el hecho de hablar de salud mental: expresar cómo nos sentimos, pedir ayuda o mostrar vulnerabilidad no es un signo de debilidad, sino de valentía y autocuidado. La vulnerabilidad forma parte natural de la experiencia humana y reconocerla es el primer paso para construir sociedades más empáticas y resilientes.
En el plano personal, es importante escucharnos y escucharnos mutuamente. Dedicar tiempo a nuestras emociones, permitirnos sentir sin juzgarnos, y validar también las emociones de quienes nos rodean crea vínculos protectores que disminuyen el riesgo de problemas de salud mental. Practicar la escucha activa, el acompañamiento sin juicios y la empatía puede tener un impacto profundo en el bienestar de los demás.
Es esencial recordar que el apoyo social es un factor protector fundamental. Sentirse acompañado, comprendido y validado mejora significativamente la salud mental y facilita el proceso de recuperación en momentos difíciles. Crear redes de apoyo genuinas y humanas es tan importante como contar con recursos clínicos.
No obstante, el autocuidado individual y el apoyo mutuo deben complementarse con acciones colectivas y políticas públicas adecuadas. Hoy en día, uno de los grandes retos es la falta de recursos humanos especializados y las largas listas de espera, que dificultan el acceso a la atención psicológica o psiquiátrica. Es imprescindible aumentar el número de profesionales de salud mental en el sistema público, mejorar la accesibilidad a los servicios y garantizar que el apoyo llegue a tiempo. La salud mental no puede depender exclusivamente de la voluntad individual: necesita estructuras sanitarias sólidas, accesibles y humanizadas.
En este contexto, la prevención y la sensibilización social son claves. Aprender a identificar señales de alarma — cambios persistentes en el estado de ánimo, el aislamiento social o el abandono de actividades significativas— y acudir a profesionales cuando sea necesario puede marcar la diferencia. Debemos fomentar una visión más humana y menos patologizante del sufrimiento: atravesar momentos de tristeza, ansiedad o incertidumbre es parte del ciclo vital, y buscar ayuda profesional cuando lo necesitamos es una decisión saludable y valiosa.
Por último, es fundamental que como sociedad cultivemos la compasión, la solidaridad y la empatía, promoviendo entornos inclusivos donde nadie se sienta solo con su malestar. Cuidar nuestra salud mental y la de los demás no es solo una cuestión sanitaria, sino también un acto de responsabilidad social, de justicia y de humanidad.
– ¿Cuál es tu deseo a cumplir en el Día Mundial de la Salud Mental?
En este Día Mundial de la Salud Mental, deseamos que cada persona, sin importar sus experiencias o circunstancias, sea reconocida como un sujeto de derechos, con capacidad de decidir sobre su vida y de participar plenamente en la sociedad. Aspiramos a avanzar hacia una inclusión real, libre de estigmas, que promueva la esperanza, el compromiso y la igualdad de oportunidades para construir juntos la vida de todos.
La realidad en España evidencia que este deseo aún tiene una deuda pendiente. Según el Barómetro Sanitario 2025, la demanda de atención en salud mental continúa aumentando, con un 20,6 % de la población que requirió ayuda en el último año. El tiempo medio de espera se sitúa en 77 días, y cerca del 37,5 % de los pacientes no fueron atendidos por profesionales especializados, lo que refleja la necesidad urgente de reforzar los recursos en salud mental dentro del sistema público.
A esta realidad se suma un dato especialmente alarmante: el suicidio continúa siendo la principal causa de muerte externa en España. Según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística (INE), en los últimos años más de 4.000 personas han perdido la vida anualmente por esta causa
Aunque los datos provisionales de 2024 apuntan a un ligero descenso, con 3.846 suicidios registrados, la cifra sigue siendo extremadamente elevada y refleja la magnitud del problema. Esta realidad evidencia la necesidad urgente de reforzar las estrategias de prevención, detección temprana y atención integral en salud mental para reducir su impacto en la sociedad.
Nuestro compromiso es seguir trabajando por una sociedad que ponga la salud mental en el centro de la agenda pública, que cuide sin juzgar, acompañe con empatía y que garantice que todas las personas puedan vivir con dignidad, autonomía y esperanza.
Solo a través de un enfoque basado en la sensibilización, la humanización, la prevención y el refuerzo de los recursos sanitarios podremos avanzar hacia un modelo social que no deje a nadie atrás. Apostar por la salud mental es apostar por una sociedad más justa, solidaria y saludable, donde cada vida tenga valor y cada persona encuentre apoyo cuando lo necesite.